“Estaban dispuestos a matar a un millón de personas para que no hubiera una revolución”


Se lo dijo un capitán de la Armada Argentina a Julio Urien, el militar retirado que declaró ayer. En el ´72 el testigo encabezó una sublevación en la ESMA, indignado con la política de torturas y secuestros que adoptaron las fuerzas armadas. “Lo que pasó en Trelew fue un asesinato”, dijo.

Todos. Urien a punto de declarar, junto con la imagen de Paccagnini, Del Real, Bautista y Sosa, que siguen el juicio por la videoconferencia.
Por Rolando Tobarez
Ya no podíamos salir a la calle de uniforme porque la gente nos insultaba. Ante la posibilidad de que nos agredieran, los desfiles militares de cada año se transformaban en la práctica de ir con munición de guerra y cargar con bayoneta contra la gente”. Así sintetizó Julio Urien el cambio que sufrió la formación de los militares en la Escuela Naval luego del Cordobazo de 1969.
Se recibió en diciembre de 1971 y fue el uniformado que encabezó la sublevación del 17 de noviembre de 1972 en la Escuela de Mecánica de la Armada. Junto con un grupo de militares, se opuso al modelo de torturas y desapariciones que auspició la dictadura de Agustín Lanusse para intentar sofocar las nacientes protestas sociales, gremiales y políticas de aquel país.
En el juicio por la Masacre de Trelew, Urien era testigo propuesto por la defensa de Luis Sosa y Emilio Del Real, acusados de la autoría militar de los fusilamientos del 22 de agosto de 1972. Pero su relato favoreció la tesis de la querella, según la cual esa balacera fue un delito de lesa humanidad que formó parte de un esquema  de represión general.
El militar retirado presenció cómo en la ESMA se inició la formación de grupos de tareas paramilitares. La oscura iniciativa ya incluía la tortura de militantes políticos como método para obtener información. Todo bajo el paraguas de la doctrina de seguridad nacional. Para los acusadores, los 19 fusilados de Trelew fueron las primeras víctimas de la aplicación práctica de esta doctrina contra un “enemigo interno”.
Urien admitió que “nos generaba una contradicción que siendo militares el pueblo nos repudiara”. La instrucción militar que recibió a fines de los ´70 se basó en “la lucha contra el pueblo”. Ante el tribunal recordó una clase en el cine de la Escuela, bendecida por el capellán militar, obispo Victorio Bonamin. “Nos pasaron un film sobre la batalla de Argelia donde el ejército colonial francés tortura a los argelinos que luchaban por su liberación. Así se justificaba la tortura”.
Esta enseñanza generó dudas y discusión en el grupo de futuros oficiales acerca del rol de los militares. “Soy de Infantería de Marina y una vez recibidos, en febrero del ´72, en el primer curso comando que nos dictan los norteamericanos, el cuadro de situación es una infiltración en la lucha contra el comunismo”. En el ejercicio, Urien y su gente simulaban haber sido capturados y torturados. “Eso generó una gran indignación en parte de quienes participamos”, subrayó.
Luego pasó a Puerto Belgrano. “Nuestro batallón actuaría en cualquier lugar del país como reserva, pero nuestra función era repeler una probable insurrección popular en Bahía Blanca”. Con armas de guerra y no de disuasión, estaban listos para salir a la calle. Tras los incidentes populares en Córdoba, Rosario y Mendoza “se esperaba un levantamiento popular y por eso toda nuestra instrucción era la represión interna”.
Hubo prácticas en Ingeniero White simulando tomar la población y hasta desembarcaron en Puerto Madryn. “Tomamos la ciudad con allanamientos al azar como una práctica militar: entrábamos a la casa, sacábamos a la gente y eso en un grupo de oficiales y suboficiales generó un debate interno”.
En este marco llega el 22 de agosto. El jefe de su batallón, Iriberri, “muy compungido”, les leyó el parte con la versión oficial del intento de fuga. “Nuestra impresión fue que había sido un asesinato. Un intento de fuga era imposible en esas condiciones”.
Al mes fue enviado a la ESMA. “Allí nos dan como objetivo la defensa de la Escuela. Pero en noviembre ya estructuran grupos paramilitares para actuar de civil, sin documentos, secuestrar a una lista del Servicio de Inteligencia y entregarlos”.   
“No queríamos ser parte de eso pero como militares no podíamos decir que no estábamos de acuerdo sino que nos sentíamos obligados a revertir esa situación. Queríamos a la Armada y demostrar que había otros militares que no estaban con la política de secuestrar y matar prisioneros”.
Los rebeldes como él fueron desarmados y detenidos. Pero alcanzan a sublevarse en apoyo al regreso del general Juan Perón y a favor de la democracia. El 11 de marzo de 1973 seguía preso en un calabozo. El 12 gana las elecciones Héctor Cámpora. Lo sacan de su cárcel y le presentan a un capitán de la Armada. “Me saluda y me dice que me venía a conocer y a hacerme una pregunta: si nosotros pensábamos, una vez que triunfó el gobierno popular, que íbamos a hacer una revolución. Antes de contestarle me dijo que la Armada estaba dispuesta a matar a un millón de personas pero que acá no se iba a hacer ninguna revolución. Me da la mano y se va”.
La sublevación no fue gratis: secuestraron al guardiamarina Mario Galli con su esposa, madre y su nena, la única que reapareció. También desapareció el cabo segundo Juan Tejerina, de Infantería de Marina, y asesinan en Tucumán al teniente de navío Carlos Lebrón. “En la Marina se piensa de esa manera y si no, uno se tiene que ir”, graficó Urien.
“Habíamos planteado que si nos mandaban a reprimir no lo íbamos a hacer, nos íbamos a abrazar con el pueblo y que sea lo que Dios quiera. Una vez en la ESMA ya no teníamos opción y esa negativa fue el detonante del levantamiento”, le dijo al tribunal.
Según Urien, “había toda una política que ya se venía manifestando y en el caso concreto de Trelew era parte de lo que el gobierno militar implementaba. No queríamos quedar pegados con esta política de matar presos”. Los manuales de la Marina ya decían que “el mejor prisionero es el prisionero muerto”.

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