La Masacre en primer plano

Se trata del cuerpo de Jorge Ulla, uno de los fusilados, con el tiro de gracia en su pecho. La aportó su hermano y será una prueba clave.
Prueba. Debajo de la tetilla izquierda , el disparo con el halo de pólvora típico de los tiros a quemarropa.


Por Rolando Tobarez

Tirá, asesino hijo de puta”. Así fueron las últimas palabras de Jorge Ulla, fusilado en la Base Almirante Zar de Trelew. Ricardo Haidar, sobreviviente de la Masacre, lo escuchó y un año después se lo contó tal cual a Julio, el hermano. La misma versión sobre aquel grito dio María Antonia Berger para “La Patria Fusilada” y Alberto Camps a un amigo común en la cárcel de Devoto. Después de esa frase, también escucharon el tiro que lo mató.
El impacto de ese disparo fue fotografiado en el pecho de Jorge, minutos antes de su entierro. Su familia ya sospechaba. A todo color y de un altísimo valor histórico y judicial, es la imagen más nítida de uno de los 19 fusilados y se conoce después de 40 años. Se observa el halo negro que deja la pólvora cuando el disparo es cercano, a quemarropa.
Haidar salió vivo del 22 de agosto de 1972 y tras la amnistía de presos políticos, visitó a la familia de Jorge en el piso de sus padres, un número 15 de un edificio de Santa Fe. “Nos dio su relato personal, muy dramático, el que todos ya conocen. Él estaba casi indemne, sin heridas, y ante los disparos se zambulló en su calabozo sin saber qué pasaba. Después de las ráfagas oyó quejidos, estertores y alguien muriendo delante suyo. Me dijo “Venían rematando y esperaba mi turno hasta que escuché la voz de tu hermano, que reconocí perfectamente por haber estado detenido con él”. Entonces, el insulto y el final.
De hablar pausado, Ulla construyó silencios conmovedores en el Cine Teatro “José Hernández” de Rawson, en el día de mayor concurrencia desde el 7 de mayo, cuando se inició el juicio. “Toda mi vida repasé e imaginé esa escena. ¿Cómo habrá recibido mi hermano el tiro de gracia a quemarropa? Ya estaba herido en un muslo así que seguro, conociéndolo como lo conocía, intentó pararse para morir de pie, con una sonrisa a lo mejor cínica, a lo mejor de miedo”. Julio es médico cirujano y atendió mil urgencias. Por eso supo que el disparo en el pecho debió ser a centímetros. En cambio, el tiro en el muslo de su hermano era limpio.
“Recibimos su cuerpo y al cambiarlo de cajón vimos que estaba desnudo y ensangrentado, sucio de tierra y pedregullo porque lo habían arrastrado”, le relató al tribunal. Sólo conservaba su cinto y un atado de cigarros Jockey Club. “La ropa se la quitaron porque seguramente era una prueba”.
El cuerpo lo recibió su padre en la cabecera de pista del aeropuerto de Santa Fe. “No hubo posibilidades de autopsia porque por temor nadie accedió –explicó Jorge-. Mi padre quería enterrarlo lo más pronto posible para acabar con la tristeza”. Hasta ese instante ninguno pensó en 40 años después. Igual se decidieron por fotografiarlo. “Fue con diapositivas y luego digitalizamos las imágenes para poder aportarlas al juicio”.
La familia debió negociar con la Policía cómo sería la marcha rumbo al cementerio. Pactaron pero no contaron con miles de personas en la plaza para la despedida. Las tanquetas reaccionaron apuntando a la casa de los Ulla. “Le dije a mi padre que su cuerpo ya no nos pertenecía. Subimos el cajón al coche fúnebre pero se recalentó y debimos empujarlo”. Los militares irrumpieron con su repertorio: gases, bastones, balas de goma. Ulla se agarró fuerte del cajón por miedo a perderlo y llegó al cementerio en un carro de asalto de la Policía. “Había un verdadero ejército y había un enjambre de gente sobre los panteones”. A Julio lo enterraron junto con su madre, con algunos discursos.
Después de agosto Jorge y su familia sufrieron persecuciones incontables debido a su vinculación por la Masacre. Le pusieron un FAL en la nuca, amenazaron con desaparecer a su nene, lo torturaron, lo aislaron durante horas, lo interrogaron, agredieron a su círculo cercano. Se salvó de milagro por una credencial que acreditaba su empleo en una cárcel de mujeres. “Ser familiar nos hacía participar, queriéndolo o no, y todo podía ser interpretación de complicidad”. Ayer se lo contó al tribunal, al que miró a los ojos y le deseó “capacidad y templanza para afinar la espada y medir la balanza de modo que las heridas puedan ser cerradas”.

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