“Estaban alterados y tensos y recomendaron que dijéramos que fue un intento de fuga”

Ante el tribunal que juzga la Masacre de Trelew, el ex colimba dijo que la mañana del 22 de agosto a los jefes se los notó muy nerviosos. Observó los calabozos repletos de balazos y reveló que hubo una orden para que la noche previa al fusilamiento todos los guardias externos se fueran a dormir.

Preguntas. El tribunal recibió otros dos testimonios que pintaron lo que sucedió durante esas horas de nerviosismo entre la oficialidad naval.
Fin de agosto de 1972. El conscripto Carlos Roveta saboreaba su baja del servicio militar obligatorio parado en una vereda de la Base Almirante Zar de Trelew. Esperaba el micro que lo llevaría a Trelew. Pidió su último permiso para ir al baño, que estaba enfrentado al sector de calabozos. “Al salir vi muchos agujeros de balazos en el fondo del pasillo y en las paredes laterales donde estaban las puertas de las celdas; no era normal porque nunca había estado así. Eran muchos impactos pero no podría decir la cantidad”. No encontró disparos en la pared de enfrente. No parecían rastros de un enfrentamiento.

Originario de la localidad bonaerense de Las Flores, Roveta le contó al tribunal que el 15 de agosto disfrutaba su franco con una familia amiga de Trelew, sin TV ni radio. Alguien compró cigarrillos en un kiosco y al volver le avisó de la fuga y que la Base convocaba a todos los colimbas. “Llegué en taxi y estaba todo custodiado. En ese momento los presos que venían del aeropuerto bajaban del micro. Me ordenaron vestirme, armarme y esperar instrucciones en la cuadra”. Desde ese día de fuga los colimbas quedaron incomunicados. Razones de seguridad, les dijeron.

Como contó Vega (ver página 7) Roveta participó de los rastrillajes en zona de chacras en busca de subversivos o colaboracionistas de la fuga. “Llegábamos en camiones al puente de Trelew y de ahí seguíamos caminando casi hasta Gaiman. Ingresábamos a las propiedades privadas armados con FAL pero nunca por la fuerza”.

El 22 de agosto los levantaron a todos, los formaron en la Plaza de Armas y los concentraron en el casino de conscriptos. Ninguno había oído los disparos de la madrugada anterior. Lo primero que le llamó la atención fue la cantidad de oficiales: estaban los de guardia y varios más. “Allí nos cuentan la primera versión de lo que había ocurrido: que se habían querido fugar, que el señor Pujadas sabía artes marciales, lo había hecho prisionero al capitán Sosa, le había sacado la pistola, le había disparado y lo había herido; las fuerzas de seguridad habían repelido la agresión, habían salvado a Sosa y pasó lo que había pasado”. Según su versión, la noticia la dio un tal teniente Troitiño, de Infantería de Marina.

Roveta describió que entre los conscriptos “evidentemente ninguno lo podía creer”. Y miró fijo a los jueces Enrique Guanziroli y Nora Cabrera: “Yo lo estaba mirando y Sosa estaba tan herido de bala como están ustedes dos ahora”, ironizó. “Cualquiera se da cuenta cuando alguien está herido de bala. No les creímos y nos causó mucha indignación porque era una mentira muy evidente”.

Tras esa única explicación, “nos recomendaron que si hablábamos con alguien del tema le teníamos que contar la versión de la fuga”. En esa reunión militar estaban todos los protagonistas: Rubén Paccagnini, Luis Sosa, Roberto Bravo y el resto. “Se los veía alterados, no era la actitud normal que les notábamos las pocas veces que los veíamos, la mayoría estaban más tensos”. Roveta confirmó que según supieron luego, a los presos heridos nadie les dio atención médica. Y que un avión los trasladó al Hospital Naval de Puerto Belgrano.

El día de su baja vio las paredes acribilladas y todo tomó sentido. Hasta el dato que le pasaron los chicos que debían hacer guardia la noche del 21. “Lo que nos comentaban los otros colimbas que generalmente hacían guardia por fuera del edificio es que esa noche no habían estado: les habían dado la orden de que se fueran a dormir”.

“Era una Base con 800 personas: la única forma de escaparse era si venía la OTAN”

Aldo Vera era un colimba más en la Base Zar. La noche del 21 de agosto del ´72 durmió bien pero igual que al resto, lo despertaron con la noticia de los acribillados. Ninguno escuchó la balacera. “Con el tiempo se dijo que nos habían puesto algo en la comida. Pero la cuadra donde dormíamos estaba muy distante de los calabozos, unos 150 metros”. Para el conscripto del Batallón de Infantería de Marina Nº 4 no era raro no haber escuchado los disparos: “Las paredes de la guardia eran gruesas y hay que sumar el ruido del viento en la zona”.

El 22, muy temprano y formado en la Plaza de Armas con el resto, escuchó la explicación oficial de los superiores: había sido un intento de fuga. Ninguno de los jóvenes les creyó. “Siempre creímos que intentar un escape era imposible por la custodia y porque en la unidad había al menos 800 personas”, le dijo ayer al tribunal. “En esa situación la única forma era que un avión los esperara en la ruta 3 o que viniera la OTAN”.

Esa mañana estaban todos los jefes. “Estaban muy nerviosos –describió-. Caminaban de un lado al otro y no se los veía tranquilos. Se miraban entre ellos hasta que uno decidió dar una explicación”. Vega recordó que varios colimbas lloraron al saber de los muertos. “Yo no, me cuesta mucho”, apuntó. “Fue un día muy especial para todos los que estábamos allí y para los mismos oficiales”. Le pareció que el de la explicación fue el teniente Roberto Bravo.

Después todo fue precaución de colimbas. El actual propietario de FM Bahía Engaño de Rawson recordó que en esos días se charlaba el tema entre ellos pero en voz muy baja, cuidadosos de represalias. “Hay que entender que éramos conscriptos de la clase ´50 y que el 28 de agosto nos íbamos de baja, nadie quería quedarse hasta diciembre”, admitió Vega. En su relato definió a Rubén Paccagnini como “el que manejaba la cosa”.

“Era un momento duro del país y había que andar con pies de plomo. Imponían miedo y nos dieron a entender que de ese tema no había que hablar. Además éramos de la zona, teníamos apenas 22 años y no nos íbamos a otro lugar después de la baja”, añadió. Según su descripción, la unidad naval trelewense era “una estancia donde se podía ingresar por cualquier lado siempre que uno supiera el santo y seña”.

Ya de civil, Vega escuchó al ex jefe de la Armada Argentina, almirante Hermes Quijada, leer la versión oficial de los fusilamientos por Canal 13. “Dio más detalles pero esencialmente era lo mismo que nos habían dicho en la Plaza de Armas esa mañana”, confirmó.

Esa semana ya había empezado rara para Vega. El 15 de agosto tenía franco y prefirió disfrutarlo en Trelew. “Al volver en un micro de línea nos pararon en la ruta y debimos volvernos”. Buscó su ropa verde y partió a la Base. No lo vio pero estaba cuando llegó el micro con los 19 presos que terminaban de entregarse. Tras la fuga le ordenaron participar de rastrillajes desde la ruta 3 hacia el lado de Gaiman en busca de subversivos que ayudaron al escape de la U-6. “Estábamos en un conflicto muy delicado, casi en una guerra, y hacíamos mucha instrucción”. Vega no tuvo contacto con los presos ni pisó nunca los calabozos.#