Confesó Marandino: “No es creíble el relato de los militares”

UNO DE LOS IMPUTADOS CONFESÓ QUE LOS DEMÁS MILITARES, ALCOHOLIZADOS, FUSILARON A LOS PRESOS POLÍTICOS

2012-05-09 02:53:53

En la segunda jornada del juicio por  la Masacre  de Trelew se tomaron lectura de ciertas declaratorias por demás trascendentes. De esta manera, Carlos Amadeo Marandino confesó que lo obligaron a abrir las celdas donde se encontraban los presos políticos y, tras retirarse del recinto, escuchó como un comando liderado por el Capitán Sosa les disparó a mansalva. Esto es por demás contrario a la inverosímil versión del mismo Sosa quien relató que, tras un “golpe karateca propinado por Mariano Pujadas”, los militares no tuvieron más alternativa que dispararles “para detener el intento de fuga”. Ante una concurrencia muy menor al día inaugural continuó el proceso judicial que investiga la masacre a 19 presos políticos realizadas el 22 de agosto de 1972 en la base Almirante Zar. A las 10.14, el Juez Horacio Guanziroli preguntó a los acusados si estaban dispuestos a declarar: ”Los invito a hacerlo conforme lo dice  la Constitución Nacional.  Pueden realizar todas las declaraciones que deseen, todo el tiempo que lo deseen. Si deciden declarar lo hacen sin promesa de decir la verdad, sin coacción alguna, lo hacen sin presiones o cargos. También van a poder comunicarse con su defensor, salvo al momento de formulárseles preguntas”. Uno por uno, los marinos se negaron a la invitación, salvo Juan Bautista quien dijo fuera de micrófono: “Voy a declarar pero no en este momento”. En consecuencia, prosiguió a leerse la correspondiente declaración indagatoria prevista por la instrucción. La primera fue la de Rubén Paccagnini; en segundo lugar, Emilio Del Real; siguió la del Capitán Luis Sosa y por último la de Carlos Marandino.

 

? M?ismo hecho, diferentes versiones

Entre lo más sobresaliente se destacan la cantidad de no coincidencias en el relato de Sosa y Marandino. La más grave de ellas fue la siguiente: Sosa narró que tras “el mal comportamiento de los presos” se propuso hablarlos para que “tengan más paciencia”, por lo que se paseó en el pequeño pasillo que daba a los calabozos “sin puertas”. Mientras lo recorría de punta a punta, sintió un golpe de Mariano Pujadas, “quien era cinturón negro de karate”, y quedó “unos minutos inconsciente”. Tras recuperarse, sintió “varias lenguas de fuego” que dio en el blanco de todos los presos, menos él, quien se encontraba junto a 19 personas en un pasillo de pequeñas proporciones.

“Les hice un poco de perorata y les dije que tuvieran paciencia porque entendía que el personal no estaba acostumbrado a tratar con presos. Cuando me disponía a terminar mi intervención me siento levantado y caí de espaldas, con la cabeza al fondo del pasillo. Era una toma de karate por el cinturón negro, Pujadas.  Cuando me incorporé hacia adelante ya habían empezados los disparos. Mi primera impresión fue que me tiraban a mí porque lo tenía a Pujadas, y a otro penado, a mis flancos. Cuando cuatro lenguas de fuego nos tiraron. […] Fernández me dijo “le habrán metido algún tiro, venga que voy a ver, Sosa”. Me dijeron que no tenía nada, pero por la prensa salió que me habían herido, pero de eso yo no tenía nada que ver. Cuando se hace la reconstrucción hecha por el Capitán Bautista, es allí donde me informan que me habían intentado sacar el arma. Me quedó la impresión que fueron cuatro tiradores con cuatro pistolas ametralladoras PAM. De Real, Bravo, un cabo y otra persona (Marandino)”, declaró el Capitán Sosa.

Sin embargo, estos dichos, que bien podrían remitirse a algún episodio de una buena película de vaqueros, fueron desmentidos por Marandino, quien esa madrugada se encontraba de guardia. “Yo portaba una pistola Ballester-Molina. No recuerdo cuantos calabozos había, pero eran pequeños y las puertas eran cerradas (sic) del lado de afuera. En ella había pequeñas ventanas y había rejas por donde uno se podía asomar y ver a los presos. Los calabozos estaban enfrentados por un pasillo que tenían un metro y medio de ancho y más de  10 metros  de largo. Había una pared tipo biombo por donde se entraba a ambos costados. Había una o dos personas por calabozos. Para ir al baño eran custodiado por dos personas, creo que sin esposas. […] Cada 15 o 20 minutos se hacía una ronda. Los detenidos tenían prohibido hablar entre sí, pero se comunicaban con golpes y señas. En ningún momento tuve problemas con los guerrilleros, nunca sentí escándalo, nunca sentí nada, siempre había silencio. […] Al término de mi guardia era todo normal hasta que llegaron los señores oficiales, parece que venían un poco tomados de copa. Me obligaron a desarmarme,  me entregaron las llaves de los calabozos para que los abriera y ordenaron que me retirara. Dije `¡sí, señor!´. Apenas salí comenzaron a hablar muy fuerte y a muchos gritos. Creo que los detenidos cantaron el himno argentino. Se escucharon muchos disparos. Después gritaron `¡se quieren escapar!´ y se repitieron los disparos. Cuando fui a ver qué pasaba, me entregaron una pistola  45 mm  y me dijeron que verificara los cuerpos. Hice dos pasos y temí por mi vida, me puse muy nervioso y me fui. Me llevaron a enfermería de la base. Me dieron un sedante para que me tranquilizara, yo era el más moderno de los militares”.Al consultársele, Marandino reconoció que “el relato de los militares es inverosímil” y no dudó en reconocer que en la escena del crimen estaba Sosa liderando el grupo, con una pistola PAM. Además, contó que un “oficial de jerarquía le dio orden de cambiar la declaración” cuando intentó dar su versión de los hechos. Relatos cruzados, destinos similares

No es nuevo que los militares se pisen o contradigan sus relatos. Incluso, es bastante común que quiénes se revelen sean los soldados de menor rango. En su momento en el Juicio a Videla, el cabo Miguel Ángel Pérez confesó que remató de un disparo en la cabeza a “Paco” Bauducco, pero le endilgó toda la responsabilidad a sus superior, Mones Ruiz. Al igual que Pérez, Marandino recordó que eran sus primeros días en  la Base Almirante  Zar y que quedó muy nervioso y trastornado ante el hecho. Tal es así que días más tarde lo enviaron a Estados Unidos y, tras ascenderlo a cabo, lo jubilaron apenas dos años ocurrida la masacre de Trelew. Cabe destacar que tanto Pérez como Mones Ruiz fueron condenados a prisión perpetua en una cárcel común. Salvo que la defensa de Marandino logre mejorar su situación, el marino correrá la misma suerte. Ni hablar de Sosa, quien está muy complicado.

Por otro lado, recordemos que Mariano Pujadas pertenecía a la agrupación Montoneros. Nació en España, puntualmente en Barcelona, el 14 de junio de 1948. Al momento de ser asesinado tenía 28 años. Fue uno de los fundadores de dicha organización y estudiaba ingeniería agrónoma en Córdoba.