Juicio por la causa La masacre de Trelew
Masacre de Trelew: "Al escalofrío lo siento como si fuese hoy"
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Le pareció raro que esa misma mañana del 22 nadie los despertó temprano, como era rutina. También que el jefe del Batallón de Infantería 4, capitán Alfredo José María Fernández, reuniera a su tropa en una oficina amplia de la Base. "Estaban todos los oficiales: Sosa, Bravo, Troitiño, Galíndez y Goff", recordó ante el tribunal.
Junto con otros colimbas escuchó la versión oficial del intento de fuga. "A mi lado estaba Ondícola y Rubén Zamorano, dos compañeros. Nos miramos con estupor por lo que decía, ¿cómo se van a escapar si nosotros en persona los custodiábamos? Hasta hoy siento el escalofrío que nos corrió, parece que fuese ahora". Reveló a otros dos guardiamarinas presentes esa tarde: Aristimuño y Menéndez. Y recordó a Jorge Campos y un tal Landriel, colimbas que escucharon lo mismo.
Los conscriptos dudaron de la explicación. "Los presos ni siquiera pensaron en escaparse por razones muy simples: lo estrecho del pasillo y la cantidad de hombres apostados en todos los puestos de guardia. Fugarse era un movimiento imposible". Por aquellas horas González vio mucho movimiento en la unidad, de hombres y de ambulancias.
"Los días que siguieron el ánimo no estaba muy bueno, el asunto estaba medio bravo", graficó. El malhumor de los oficiales era visible. "Una mañana el teniente Bravo nos pegó un baile en la Plaza de Armas que mamita querida", aseguró. De a poco esos jefes fueron trasladados. Los reencontró un par de meses después. "Era un ejercicio militar en Infierno Verde, en Bahía Blanca; parecía una película de guerra con todos los infantes juntos y allí volví a ver a Sosa, Bravo, Troitiño y Galíndez como jefes de otras divisiones".
El 15 de agosto, por la toma del aeropuerto, González fue citado de urgencia como el resto de los colimbas. Vigiló fuera del edificio, en posición de tiro. Anotó en un cuaderno las armas que entregaron los guerrilleros y hasta borró de los vidrios de la confitería lo que escribieron las militantes con lápiz labial, cosas como "ERP" y "Montoneros".
Regresó a la Base y quedó acuartelado. Le tocó hacer guardias de tres horas en el primer pasillo, antes de llegar a las celdas. Nunca escuchó disturbios de los presos.
"Cada vez que pasaban rumbo al baño los detenidos iban esposados y con las manos en la nuca. Me tocaba ir detrás apuntándoles con el fusil, con bala en boca y un cargador extra pegado con cinta adhesiva para recargar rápido por si ocurría algo. Era una orden superior".#

El dato lo reveló Carlos Juárez, que formó parte de ese grupo de soldados. Ante el tribunal que juzga la Masacre de Trelew, el hombre aseguró que los detenidos nunca fueron maltratados y que gozaban de las 4 comidas diarias, igual que el resto de la Base. "Todos los días venían médicos para saber si necesitaban algo y les preguntábamos cómo estaban, aunque no había más diálogo que ese".
Los colimbas sólo dejaban esa exigente guardia para bañarse y regresar. "Usábamos fusil FAL y la orden era custodiarlos y atender sus necesidades". Los presos iban al baño de a uno, manos en la nuca y siempre apuntados por los fusiles. También comían con un FAL en la cabeza. "Era norma tener la bala en boca y muchos le sacábamos el seguro al arma porque no se sabía qué podía pasar". Juárez recalcó que "la situación era complicada y difícil y nuestro trabajo era el de cualquier soldado: evitar una fuga y mantenernos vivos". Las celdas minúsculas estaban hechas para castigar colimbas pero no para alojar detenidos.
La primera versión de Luis Sosa y de Roberto Bravo, dos de los acusados por los fusilamientos, criticó la mala conducta de los militantes, que obligó a sacarlos de las celdas antes del presunto intento de fuga. Juárez lo desmintió: "Su comportamiento era tranquilo y nunca los escuché gritar ni causar disturbios, como sí pasaba en la Unidad 6 de Rawson". El testigo vivía en la capital, cerca del penal, y aún recuerda el bochinche de los presos políticos cada noche. Nada de eso oyó en la Base.
El testigo recordó que esa semana visitaron la unidad militar dos taxistas que llevaron a varios guerrilleros desde el penal capitalino al aeropuerto de Trelew, el día de la fuga. "Se asomaron por la mirilla de las celdas para reconocer a quiénes habían viajado en sus coches y pusieron un cartón para que el detenido no los viera".
Juárez aseguró que nunca sacaron a todos los presos de sus celdas al mismo tiempo y menos de madrugada. Sólo salían de a uno para estirar sus cuerpos, entumecidos por el encierro. Y que los calabozos tenían radiadores contra el frío patagónico.
Cuando llegó la extraña orden de levantar tanta vigilancia, el testigo se desmayó de cansancio en la cama. "Imagínese que la agarraba después de una semana", sonrío. Esa madrugada no escuchó nada. Lo que sí le pareció raro fue despertarse por su cuenta la mañana del 22 de agosto, cuando la diana de las 6 sonaba siempre puntual día tras día para levantar a la tropa. "Había revuelo y yo no entendía nada, hasta que me enteré por los otros soldados". Hubo un intento de fuga y los mataron a todos, le dijo alguien. Juárez fue parte de esa gran reunión en la Plaza de Armas donde los jóvenes escucharon la versión oficial. Vio las ambulancias y donó sangre para los sobrevivientes, una costumbre que le quedó para el resto de su vida.
"Nunca me enteré ni quise preguntar más acerca de esa madrugada. Siempre pensé que era imposible siquiera pensar en fugarse y yo en su lugar no lo hubiese intentado. Era imposible porque estaban rodeados por un grupo de combate", concluyó.#
"En la Base Zar había olor a muerte y mucha gente nerviosa con estado de ánimo alterado"
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Yo nunca lo había sentido pero lo que había era olor a muerte y hasta se pudo ver un camión bajando los ataúdes". Así relató el ex conscripto Carlos Alberto Neira lo que vio la tarde del 22 de agosto, en la Base Almirante Zar. Fue uno de los testigos que reanudó el juicio por la Masacre de Trelew, ayer en el Cine Teatro "José Hernández" de Rawson.
También recordó la llegada a la zona de dos colectivos con familiares de los 19 fusilados esa madrugada. "Fue un clima muy duro y lamentable porque había chiquitos y todos lloraban". A los presos los vio fugazmente, cuando alguna vez le tocó custodiar el pasillo mientras de a uno los conducían al baño desde los calabozos.
En 1972 Neira era un oficinista más de la Base. Pero el 21 de agosto le tocó hacer guardia en una entrada a Rawson. Como jugaba de local conocía a más gente que sus compañeros y controlaba mejor. Le llamó la atención el movimiento nocturno de vehículos de la Marina hacia la capital, que hacían señas de luces para pasar. "Oí que llamaban al regimiento de Esquel para pedir refuerzos y custodiar el dique; eso me intrigó", le dijo ayer al tribunal.
Ya eran las 7 del 22 de agosto. Un tal teniente Galíndez llegó a ese puesto de guardia. Ansioso, Neira le preguntó qué había pasado. Insistió. "Lo único que me dijo fue que había un intento de evasión y varios muertos". Regresó a la Base y olió la muerte. Supo de los sobrevivientes porque le preguntaron su grupo sanguíneo. Habían donado marinos de todos los grados.
"Había mil versiones, tantas como las que se dijeron en radio, televisión, revistas y diarios. Los oficiales decían que habían intentado escaparse y había gente con preocupaciones diferentes: algunos por lo que había pasado y otros porque se quedaban sin franco", dijo el testigo. Según su recuerdo los presos políticos "no podían escaparse a ningún lado porque el sector era cerrado y estaba siempre muy custodiado". Neira calculó que entre todas las divisiones, en la Base había 1.200 uniformados.
En la unidad todo cambió con la llegada de los detenidos tras su entrega en el aeropuerto. La rutina militar se disolvió y los tratos personales se endurecieron. "El clima era muy desagradable y había mucha gente nerviosa, con estados de ánimo alterados. Hubo cosas que no eran normales, como que un oficial rete a un suboficial a los gritos delante de la tropa; nunca había visto un trato así", graficó.
El ex colimba percibió que las órdenes y los horarios se trastocaron. "Yo mismo soy un ejemplo porque nunca había hecho guardia, pero la noche del 21 sí". Neira casi se quebró al explicar que "tenía 21 años y hacía un servicio militar que no había elegido. Todo esto me golpeó muy fuerte porque me quedó la gran duda de qué había pasado. Uno se siente muy mal y es desagradable". Ya ni siquiera volvió a trabajar a su oficina, a la que definió como "zona intangible". Es que la habían usado para interrogar a los fusilados.
El 15 de agosto era feriado pero ante la toma del aeropuerto, Neira se tomó el primer vehículo militar que fue al lugar para ayudar a su jefe, el teniente Troitiño, que megáfono en mano exigía la entrega de los 19 fugados. De lo contrario su orden era atacarlos. "Me dijo que el tema estaba complicado. Había luz hacia afuera pero el interior del edificio estaba oscuro y por los parlantes del aeropuerto nos advertían que si avanzábamos, iban a disparar. Tampoco querían entregarse".
Cuando todos dudaban llegó el capitán Sosa. Le dijo a Troitiño que iba a parlamentar pero cuando escuchó la advertencia de los fugados retrocedió: "Si atacamos esto va a ser una masacre". Sosa se decidió, tiró al piso su casco y su cartuchera y se metió al aeropuerto pese a la amenaza de abrir fuego de los guerrilleros. Adentro les prometió regresarlos a la Unidad 6 de Rawson. Neira fue testigo de la entrega de las armas y del acuerdo con los marinos.
El micro se desvió a la Base. "Al llegar a la guardia había lío porque les prometieron llevarlos al penal pero los fugados no sabían que estaba tomado. Estaban recalientes y recriminaban que no se había cumplido lo pactado. Por eso hubo revuelo", relató Neira, quien aclaró que el operativo de esos días trágicos "no era algo muy organizado militarmente". Él mismo seguía con pantalón de civil, por el apuro.#

"No tengo en la memoria quiénes hablaron ni qué dijeron, pero éramos varios", afirmó el ex conscripto, que hacía trabajo administrativo en la Contaduría de la unidad militar. Para miembros de la acusación, colocar los ataúdes a la vista de los jóvenes fue un modo de intimidarlos para que repitieran la versión oficial.
Pero según el testigo, los colimbas ya decían que "era difícil que intentaran escaparse, por lo chiquito y el limitado espacio que había en los calabozos". Y era un rumor a voces que dos protagonistas de la balacera habían sido el capitán Luis Sosa y el teniente Roberto Bravo.
Steiner era el único de los chicos que estudiaba en la Universidad y por eso gozó de permisos excepcionales. Por ser de Trelew dormía en su casa y cumplía horario de oficina. Excepto el día de la fuga y de la toma del aeropuerto. Esa noche del 15 sus padres le avisaron que citaban a todos los conscriptos y regresó a la Base. Quedó acuartelado pero nunca vio a los 19 presos. Estuvo a punto de participar de una rueda de reconocimiento con los militantes. Un oficial hasta le pidió que no se afeitara, pero al final no lo convocaron.
"La noche del 21 llegué y hablé unas palabras con Jorge Barreto, que estaba de guardia. Me fui a dormir pero esa madrugada no escuchamos absolutamente nada". Sí le llamó la atención que los soldados se hayan despertado a las 10 y no entre las 7 y las 8, como era rutina.
Apenas se levantó supo de los disparos y las muertes. Todo eran comentarios y rumores. En los pasillos escuchó que había tres sobrevivientes y que pedían estufas eléctricas para calentarlos. Él donó la que usaba en su oficina.
"Luego del 22 y durante varios días, en la Base hubo un parate -añadió-. No hacíamos nada y tampoco sabíamos que hacer". Steiner no duró demasiado más. Lo mandaron a Ushuaia por avión. Nunca supo por qué. "Yo era el único que iba a la Universidad y en esa época eso era medio complicado", le dijo al tribunal. #
Trelew: Se realizarán charlas educativas en conmemoración de los 40 años de la Masacre
En el marco de las actividades que se están organizando con motivo de la conmemoración de los 40 años de la Masacre de Trelew, la Comisión Especial creada para tal fin, anunció las acciones programadas para el mes que viene.
La Comisión Especial, encargada de la organización, está conformada por el Ministerio de Educación, la Secretaría de Cultura, las Subsecretarías de Medios y Comunicación Pública, de Derechos Humanos y de Relaciones Institucionales, y la Municipalidad de Trelew.
En consecuencia, se invita a la población en general y se coordinará con los establecimientos escolares, a participar de la audiencia prevista para el 10 de agosto a las 10, en las instalaciones del Centro Cultural José Hernández de Rawson.
Esta audiencia, donde se prevé la proyección de la película “Trelew” de Mariana Arruti, está dispuesta como instrucción suplementaria del juicio oral y público que se lleva adelante por los hechos ocurridos el 22 de agosto de 1972.
Asimismo, y a propuesta del Grupo de Teatro Independiente La Escalera, los días 18 y 19 de agosto, se presentará en Puerto Madryn la obra “Jirones de Historia” (Apuntes para la Memoria…), con la presencia de familiares de la Masacre de Trelew y la culminación con una charla debate.
Por otro lado, María Raquel Camps Pargas, presentará el libro de poesías de su mamá, Rosa María Pargas: “Hubiera querido”. Vale destacar que Rosa, desaparecida en el año 1977, fue la compañera de Alberto Miguel Camps, uno de los sobrevivientes de la Masacre, asesinado el 16 de agosto de 1977, en un operativo parapolicial.
De esta manera, en la ciudad de Trelew, el 21 de agosto a las 10 y a las 15, los estudiantes de nivel secundario e instituciones podrán asistir a la presentación del libro en el Teatro Verdi, mientras que el público en general se podrá dar cita a las 20 en la Librería Mandala.
En cuanto a las actividades educativas, se darán charlas en las escuelas de las localidades de Gaiman, Rawson y Trelew.
Detalles de las actividades programadas:
En Rawson se realizará el 15 de agosto en la Escuela Nº 7705 a las 10. Es importante destacar que se invita al resto de los colegios de la ciudad a participar.
En Gaiman será el 16 de agosto en la Escuela Nº 733 a las 10 y se invita a los colegios Nº 794 y Camwy-Aliwen, de dicha localidad y a los colegios Nº 781 y Williams Morris de Dolavon.
En Trelew, la charla tendrá lugar el 17 de agosto a las 10, en el Colegio Nº 751, y se invita a los colegios Nº 748, 714, 712, 747, 787, 793, María Auxiliadora y Padre Juan. Mientras que para el turno noche se realizará en el Colegio Nº 771, a las 20, y se invita a los colegios Nº 778 y 724 Bama II.
En Puerto Madryn también habrá una charla el 17 de agosto en el Colegio Nº 736, donde se invita a los colegios Nº 710, 790 y 785.
Además, en el Centro Cultural por la Memoria, en Trelew, durante todo el mes de agosto, el público en general podrá disfrutar de la muestra organizada por el Colectivo de hijos.
Por último, se está gestionando la realización, a través del programa “Que florezcan mil murales”, del Ministerio de Justicia de la Nación, la realización de murales culturales por la memoria.
“Estaban alterados y tensos y recomendaron que dijéramos que fue un intento de fuga”
Preguntas. El tribunal recibió otros dos testimonios que pintaron lo que sucedió durante esas horas de nerviosismo entre la oficialidad naval.
Fin de agosto de 1972. El conscripto Carlos Roveta saboreaba su baja del servicio militar obligatorio parado en una vereda de la Base Almirante Zar de Trelew. Esperaba el micro que lo llevaría a Trelew. Pidió su último permiso para ir al baño, que estaba enfrentado al sector de calabozos. “Al salir vi muchos agujeros de balazos en el fondo del pasillo y en las paredes laterales donde estaban las puertas de las celdas; no era normal porque nunca había estado así. Eran muchos impactos pero no podría decir la cantidad”. No encontró disparos en la pared de enfrente. No parecían rastros de un enfrentamiento.
Originario de la localidad bonaerense de Las Flores, Roveta le contó al tribunal que el 15 de agosto disfrutaba su franco con una familia amiga de Trelew, sin TV ni radio. Alguien compró cigarrillos en un kiosco y al volver le avisó de la fuga y que la Base convocaba a todos los colimbas. “Llegué en taxi y estaba todo custodiado. En ese momento los presos que venían del aeropuerto bajaban del micro. Me ordenaron vestirme, armarme y esperar instrucciones en la cuadra”. Desde ese día de fuga los colimbas quedaron incomunicados. Razones de seguridad, les dijeron.
Como contó Vega (ver página 7) Roveta participó de los rastrillajes en zona de chacras en busca de subversivos o colaboracionistas de la fuga. “Llegábamos en camiones al puente de Trelew y de ahí seguíamos caminando casi hasta Gaiman. Ingresábamos a las propiedades privadas armados con FAL pero nunca por la fuerza”.
El 22 de agosto los levantaron a todos, los formaron en la Plaza de Armas y los concentraron en el casino de conscriptos. Ninguno había oído los disparos de la madrugada anterior. Lo primero que le llamó la atención fue la cantidad de oficiales: estaban los de guardia y varios más. “Allí nos cuentan la primera versión de lo que había ocurrido: que se habían querido fugar, que el señor Pujadas sabía artes marciales, lo había hecho prisionero al capitán Sosa, le había sacado la pistola, le había disparado y lo había herido; las fuerzas de seguridad habían repelido la agresión, habían salvado a Sosa y pasó lo que había pasado”. Según su versión, la noticia la dio un tal teniente Troitiño, de Infantería de Marina.
Roveta describió que entre los conscriptos “evidentemente ninguno lo podía creer”. Y miró fijo a los jueces Enrique Guanziroli y Nora Cabrera: “Yo lo estaba mirando y Sosa estaba tan herido de bala como están ustedes dos ahora”, ironizó. “Cualquiera se da cuenta cuando alguien está herido de bala. No les creímos y nos causó mucha indignación porque era una mentira muy evidente”.
Tras esa única explicación, “nos recomendaron que si hablábamos con alguien del tema le teníamos que contar la versión de la fuga”. En esa reunión militar estaban todos los protagonistas: Rubén Paccagnini, Luis Sosa, Roberto Bravo y el resto. “Se los veía alterados, no era la actitud normal que les notábamos las pocas veces que los veíamos, la mayoría estaban más tensos”. Roveta confirmó que según supieron luego, a los presos heridos nadie les dio atención médica. Y que un avión los trasladó al Hospital Naval de Puerto Belgrano.
El día de su baja vio las paredes acribilladas y todo tomó sentido. Hasta el dato que le pasaron los chicos que debían hacer guardia la noche del 21. “Lo que nos comentaban los otros colimbas que generalmente hacían guardia por fuera del edificio es que esa noche no habían estado: les habían dado la orden de que se fueran a dormir”.
“Era una Base con 800 personas: la única forma de escaparse era si venía la OTAN”
Aldo Vera era un colimba más en la Base Zar. La noche del 21 de agosto del ´72 durmió bien pero igual que al resto, lo despertaron con la noticia de los acribillados. Ninguno escuchó la balacera. “Con el tiempo se dijo que nos habían puesto algo en la comida. Pero la cuadra donde dormíamos estaba muy distante de los calabozos, unos 150 metros”. Para el conscripto del Batallón de Infantería de Marina Nº 4 no era raro no haber escuchado los disparos: “Las paredes de la guardia eran gruesas y hay que sumar el ruido del viento en la zona”.
El 22, muy temprano y formado en la Plaza de Armas con el resto, escuchó la explicación oficial de los superiores: había sido un intento de fuga. Ninguno de los jóvenes les creyó. “Siempre creímos que intentar un escape era imposible por la custodia y porque en la unidad había al menos 800 personas”, le dijo ayer al tribunal. “En esa situación la única forma era que un avión los esperara en la ruta 3 o que viniera la OTAN”.
Esa mañana estaban todos los jefes. “Estaban muy nerviosos –describió-. Caminaban de un lado al otro y no se los veía tranquilos. Se miraban entre ellos hasta que uno decidió dar una explicación”. Vega recordó que varios colimbas lloraron al saber de los muertos. “Yo no, me cuesta mucho”, apuntó. “Fue un día muy especial para todos los que estábamos allí y para los mismos oficiales”. Le pareció que el de la explicación fue el teniente Roberto Bravo.
Después todo fue precaución de colimbas. El actual propietario de FM Bahía Engaño de Rawson recordó que en esos días se charlaba el tema entre ellos pero en voz muy baja, cuidadosos de represalias. “Hay que entender que éramos conscriptos de la clase ´50 y que el 28 de agosto nos íbamos de baja, nadie quería quedarse hasta diciembre”, admitió Vega. En su relato definió a Rubén Paccagnini como “el que manejaba la cosa”.
“Era un momento duro del país y había que andar con pies de plomo. Imponían miedo y nos dieron a entender que de ese tema no había que hablar. Además éramos de la zona, teníamos apenas 22 años y no nos íbamos a otro lugar después de la baja”, añadió. Según su descripción, la unidad naval trelewense era “una estancia donde se podía ingresar por cualquier lado siempre que uno supiera el santo y seña”.
Ya de civil, Vega escuchó al ex jefe de la Armada Argentina, almirante Hermes Quijada, leer la versión oficial de los fusilamientos por Canal 13. “Dio más detalles pero esencialmente era lo mismo que nos habían dicho en la Plaza de Armas esa mañana”, confirmó.
Esa semana ya había empezado rara para Vega. El 15 de agosto tenía franco y prefirió disfrutarlo en Trelew. “Al volver en un micro de línea nos pararon en la ruta y debimos volvernos”. Buscó su ropa verde y partió a la Base. No lo vio pero estaba cuando llegó el micro con los 19 presos que terminaban de entregarse. Tras la fuga le ordenaron participar de rastrillajes desde la ruta 3 hacia el lado de Gaiman en busca de subversivos que ayudaron al escape de la U-6. “Estábamos en un conflicto muy delicado, casi en una guerra, y hacíamos mucha instrucción”. Vega no tuvo contacto con los presos ni pisó nunca los calabozos.#
Un cara a cara con Marandino y un juicio que seguirá hasta setiembre
Detalles del proceso en Rawson.
-¿Cómo está, Marandino?
-Estoy muy bien, señor.
-¿No va a hablar con la prensa?
-Por ahora no, señor.
-¿Está detenido en Trelew?
-Sí señor.
-¿Por qué el martes llegó tarde al juicio? ¿No le avisaron de la audiencia?
-Estuve esperando listo desde las 9, señor. Pero no me pasaban a buscar.
-¿Va a declarar?
-Espero el consejo de mi abogado, señor.
-Cuando quiera hablar, estamos a disposición…
-Muchas gracias, señor.
“Señor” es la palabra que más usó el cabo venido de Entre Ríos, acusado de integrar el grupo que gatilló contra los presos en los calabozos de la Base Zar. Jornada lo encontró solo en una puerta lateral del recinto del juicio, a la espera del patrullero que le hace de taxi. Desconfiado, Marandino no da la mano y mira a los ojos muy de vez en cuando. No evitó el diálogo pero lo convirtió en un intercambio brevísimo, protocolar, como para cumplir y no ofender. No disimuló su incomodidad. Se lo nota avejentado. El chaleco rojo inflable y la boina negra no se las saca ni para dormir. Y es inseparable de sus lentes de sol. Gracias si saluda a su defensor, Marcos González.
Por ahora, gracias a la videconferencia y a la excarcelación, Sosa, Del Real, Paccagnini y Bautista no regresarán a Rawson y seguirán el proceso desde la sede del Consejo de la Magistratura de la Nación, en Capital Federal. Por eso Marandino es el único marino imputado que debe sentarse ante el tribunal. Se hunde en la silla, agacha la cabeza, no habla ni comenta. Parece que duerme. Maradino es el hombre que confesó el fusilamiento y todos esperan su declaración. Marandino es una incógnita.
Hasta el Día del Maestro
El presidente del Tribunal Oral Federal, Enrique Guanziroli, confirmó que el juicio se extenderá al menos hasta el 11 de setiembre. Ese día declarará el forense científico Rodolfo Pregliasco, que peritó las paredes de los calabozos en busca de huellas de balas. Con su presentación habrá una nueva visita judicial a la Base. Estaba previsto que Pregliasco declare el 10 de agosto, pero el TOF prefirió que en esa audiencia se proyecte en el Cine Teatro el documental “Trelew”, de Mariana Arruti.
El tribunal le pedirá a los diarios Clarín y La Nación artículos donde figure el dicho del ex jefe militar del Valle, Ignacio Betti: “Esto es Vietnam y no hay garantías para los periodistas”. Para la querella, esa frase demuestra el clima de desprotección que se respiró en 1972. También se le pedirá al Juzgado Federal de Rawson los amparos y hábeas corpus del período 1969/72. La idea es demostrar la política represiva de la época ya que según se dijo en el juicio, en los archivos locales se guarda documentación incluso vinculada al “Cordobazo”.
Movimientos
Hubo movimientos en las partes: Gerardo Ibáñez, abogado de Jorge Bautista, pidió que los días que esté ausente lo reemplace el dúo Fabián Gabalachis - Gustavo Latorre, que defienden a Rubén Paccagnini. Y Eduardo Hualpa pidió una extensión del poder que le otorgaron familiares de las víctimas, para que Carolina Varsky, la querellante del Centro de Estudios Legales y Sociales, o él mismo, puedan ser reemplazados por otro letrado en caso de fuerza mayor.#
http://diariojornada.com.ar/46642/