Juicio por la causa La masacre de Trelew
“Trelew”, una invitación a repensar nuestra historia
Mariana Arruti, directora del documental “Trelew” dialogó con Radio Prensa y anticipó el mensaje de su trabajo que será proyectado el viernes en la APT. “Nos permite repensar nuestra historia”, dijo
“Empezamos este proyecto en el 2000, en una situación muy distinta quizás a la que tenemos hoy. Hablar de la Masacre de Trelew era inevitablemente hablar del compromiso que había asumido una generación para un cambio muy profundo de nuestra sociedad. Esta masacre también hablaba de una visagra histórica, de alguna manera se consolida el accionar represivo del Estado, que ya se empieza a sistematizar y Trelew se convierte en un antes y en un después”, señaló Mariana Arruti, durante la charla que mantuvo con Radio Prensa, a días de la presentación del documental “Trelew”, que se proyectará este viernes, a las 19, en la sede de la Asociación de Prensa de Tucumán (Junín 775).
“Nos parecía que contar esta historia ofrecía una oportunidad de repensar estos años, repensar de qué manera se había ido gestando un proceso revolucionario en el país, desde distintos costados, desde aquellos que asumieron las luchas armadas, otros desde las luchas sindicales. Todo eso iba generando un movimiento que el Estado terrorista frena y Trelew se convierte en un escenario para ese freno y para esa decisión de eliminación física de los opositores políticos”, agregó.
“Esta historia –subrayó- nos permite pensar mucho más atrás de la última dictadura y nos permite comprender cómo llegamos al 24 de marzo de 1976. En definitiva, nos permite repasar y volver a repensar nuestra historia, porque así entendemos más nuestro presente, no tan solo el pasado”.
Arruti también se refirió a su experiencia personal que la llevó a profundizar esta parte de la historia. “Mi papá era albañil, militante en el Partido Comunista en Bahía Blanca. Seguramente, las historias que uno cuenta tienen que ver con el ADN propio. Las cosas que nos conmueven tienen que ver con quienes somos, y con la historia que hemos vivido, y nuestra mirada del mundo”, expresó.
En cuanto al documental, aclaró que no se basó tan solo en contar la masacre sino también el hecho de la fuga. “Nos interesaba subrayar esa parte de la historia -que fue un acto político básicamente-, lo que fue la represión como respuesta a un grupo de militantes encerrados en el penal de Rawson”, expresó y aseguró que cuenta con la narración de múltiples voces: os que no pudieron fugarse, los testimonios de abogados y de los presos políticos y la voz de los pobladores de la zona (Trelew, Rawson, Puerto Madryn)
“También hablan protagonistas como los taxistas que estuvieron en el momento de la fuga, van al penal y encuentran a los presos que se están fugando y el periodista Daniel Carreras (falleció hace unos meses), quien condujo la conferencia de prensa que se dio en el aeropuerto que marcó consecuencias en su propia vida “, resaltó.
Justamente, la semana pasada, Arruti declaró en el juicio por la Masacre, y contó el testimonio de Carreras. “Ese rol implicó la posibilidad que tuvo de mandar el material a los canales de Buenos Aires para dar a conocer lo que había pasado en Trelew y Rawson. Después él me cuenta que no pudo advertir la gravedad de la situación para pensar en mandar al exterior esas cintas para poner aviso al mundo de lo que estaba pasando en Trelew”, reveló.
Por último, la directora contó que ahora trabaja en un guion sobre su experiencia personal con su padre. “Estoy escribiendo sobre la experiencia de no haberlo tenido y de encontrarme con su figura siendo adulta, con verdades que me habían sido ocultadas a lo largo de mi vida. Estoy en mi búsqueda personal sobre la figura de mi padre”, confió, agradecida por la invitación de la APT para proyectar su documental que aportará a entender la historia argentina.
http://www.primerafuente.com.ar/noticia/777752
“Preocúpense por nosotros, pero en unos días”
Se lo pidió Pujadas al periodista Carreras en el Aeropuerto de Trelew antes de la Masacre.
Testimonio. El periodista contó detalles que no se incluyeron en el film “Trelew” y que rearman la historia.
La guardó durante años hasta que los militares la descubrieron en un allanamiento: la púa que abrió la primera celda de la Unidad 6 de Rawson el día de la fuga. El montonero Mariano Pujadas se la regaló al periodista Daniel Carreras, luego de que el cronista de Canal 3 cubriera la toma del aeropuerto viejo de Trelew, que duró 4 horas. Carreras la conservó en un cuadro con fondo de terciopelo, con una chapa debajo que explicaba su historia. El día de su secuestro la perdió para siempre.
También perdió 17 kilos y pasó 17 días esposado y desnudo. Lo picanearon de 22 a 6. Un llamado nocturno y anónimo a su esposa le salvó la vida. Años después terminaron pidiéndole disculpas porque su relato no pudo ser incluido en el “Nunca más”. Tantas anécdotas forman parte de la entrevista que la cineasta Mariana Arruti le hizo para su documental “Trelew, la fuga que fue masacre”. Ayer, en el Cine Teatro “José Hernández”, se escuchó la nota entera, con los datos que no se vieron en la película.
Carreras –ya fallecido- aseguró que aquel agosto del ´72 y su inesperado protagonismo “me dejaron muy golpeado”. Y que tras entrevistar a Pujadas, Rubén Bonet y María Antonia Berger no se le ocurrió enviar las cintas a las agencias internacionales de noticias para difundir que había 19 guerrilleros detenidos por una dictadura. Se autocritica y dice que también las debió recibir el general Juan Perón en su exilio español. “No le dimos la proyección que debimos y eso permitió que sucediera lo que sucedió; de haberlo hecho hubiese aumentado su valía como prisioneros y los hubiesen tenido que cuidar”, le confesó a Arruti.
El periodista describió a los guerrilleros como “personas comunes y silvestres, que si caminaban en cualquier calle eran uno más”. Nunca estuvo a más de 5 metros de ellos. Cuando dejaron las armas Carreras le dijo a la cámara que “se entregan a las fuerzas de la represión”. Alguien le tocó el hombro: “Fuerzas de la represión no. Soy el capitán Sosa, Infantería de Marina de Guerra”.
En cuanto a la madrugada del 22 de agosto, Carreras opinó que “fue un fusilamiento a mansalva” y recordó que “más miraba los mapas que difundió la Marina y más cuenta te dabas de que no pudo haber intento de fuga”. Según su visión, los 19 militantes pudieron tomar a familias enteras como rehenes en el aeropuerto y exigir un avión. “Si no intentaron irse en ese momento, ¿cómo iban a querer hacerlo tres días después de una unidad militar, casi desnudos, en agosto y en la Patagonia? Alguien obedeció una orden de arriba porque es imposible que un simple capitán (por Sosa) haya tomado tamaña decisión. Todavía recuerdo lo que con tanta claridad me dijo Pujadas en el aeropuerto: no se preocupen por nosotros ahora, pero sí preocúpense en unos días”.
“Estaban dispuestos a matar a un millón de personas para que no hubiera una revolución”
Se lo dijo un capitán de la Armada Argentina a Julio Urien, el militar retirado que declaró ayer. En el ´72 el testigo encabezó una sublevación en la ESMA, indignado con la política de torturas y secuestros que adoptaron las fuerzas armadas. “Lo que pasó en Trelew fue un asesinato”, dijo.
Todos. Urien a punto de declarar, junto con la imagen de Paccagnini, Del Real, Bautista y Sosa, que siguen el juicio por la videoconferencia.
Por Rolando Tobarez
Ya no podíamos salir a la calle de uniforme porque la gente nos insultaba. Ante la posibilidad de que nos agredieran, los desfiles militares de cada año se transformaban en la práctica de ir con munición de guerra y cargar con bayoneta contra la gente”. Así sintetizó Julio Urien el cambio que sufrió la formación de los militares en la Escuela Naval luego del Cordobazo de 1969.
Se recibió en diciembre de 1971 y fue el uniformado que encabezó la sublevación del 17 de noviembre de 1972 en la Escuela de Mecánica de la Armada. Junto con un grupo de militares, se opuso al modelo de torturas y desapariciones que auspició la dictadura de Agustín Lanusse para intentar sofocar las nacientes protestas sociales, gremiales y políticas de aquel país.
En el juicio por la Masacre de Trelew, Urien era testigo propuesto por la defensa de Luis Sosa y Emilio Del Real, acusados de la autoría militar de los fusilamientos del 22 de agosto de 1972. Pero su relato favoreció la tesis de la querella, según la cual esa balacera fue un delito de lesa humanidad que formó parte de un esquema de represión general.
El militar retirado presenció cómo en la ESMA se inició la formación de grupos de tareas paramilitares. La oscura iniciativa ya incluía la tortura de militantes políticos como método para obtener información. Todo bajo el paraguas de la doctrina de seguridad nacional. Para los acusadores, los 19 fusilados de Trelew fueron las primeras víctimas de la aplicación práctica de esta doctrina contra un “enemigo interno”.
Urien admitió que “nos generaba una contradicción que siendo militares el pueblo nos repudiara”. La instrucción militar que recibió a fines de los ´70 se basó en “la lucha contra el pueblo”. Ante el tribunal recordó una clase en el cine de la Escuela, bendecida por el capellán militar, obispo Victorio Bonamin. “Nos pasaron un film sobre la batalla de Argelia donde el ejército colonial francés tortura a los argelinos que luchaban por su liberación. Así se justificaba la tortura”.
Esta enseñanza generó dudas y discusión en el grupo de futuros oficiales acerca del rol de los militares. “Soy de Infantería de Marina y una vez recibidos, en febrero del ´72, en el primer curso comando que nos dictan los norteamericanos, el cuadro de situación es una infiltración en la lucha contra el comunismo”. En el ejercicio, Urien y su gente simulaban haber sido capturados y torturados. “Eso generó una gran indignación en parte de quienes participamos”, subrayó.
Luego pasó a Puerto Belgrano. “Nuestro batallón actuaría en cualquier lugar del país como reserva, pero nuestra función era repeler una probable insurrección popular en Bahía Blanca”. Con armas de guerra y no de disuasión, estaban listos para salir a la calle. Tras los incidentes populares en Córdoba, Rosario y Mendoza “se esperaba un levantamiento popular y por eso toda nuestra instrucción era la represión interna”.
Hubo prácticas en Ingeniero White simulando tomar la población y hasta desembarcaron en Puerto Madryn. “Tomamos la ciudad con allanamientos al azar como una práctica militar: entrábamos a la casa, sacábamos a la gente y eso en un grupo de oficiales y suboficiales generó un debate interno”.
En este marco llega el 22 de agosto. El jefe de su batallón, Iriberri, “muy compungido”, les leyó el parte con la versión oficial del intento de fuga. “Nuestra impresión fue que había sido un asesinato. Un intento de fuga era imposible en esas condiciones”.
Al mes fue enviado a la ESMA. “Allí nos dan como objetivo la defensa de la Escuela. Pero en noviembre ya estructuran grupos paramilitares para actuar de civil, sin documentos, secuestrar a una lista del Servicio de Inteligencia y entregarlos”.
“No queríamos ser parte de eso pero como militares no podíamos decir que no estábamos de acuerdo sino que nos sentíamos obligados a revertir esa situación. Queríamos a la Armada y demostrar que había otros militares que no estaban con la política de secuestrar y matar prisioneros”.
Los rebeldes como él fueron desarmados y detenidos. Pero alcanzan a sublevarse en apoyo al regreso del general Juan Perón y a favor de la democracia. El 11 de marzo de 1973 seguía preso en un calabozo. El 12 gana las elecciones Héctor Cámpora. Lo sacan de su cárcel y le presentan a un capitán de la Armada. “Me saluda y me dice que me venía a conocer y a hacerme una pregunta: si nosotros pensábamos, una vez que triunfó el gobierno popular, que íbamos a hacer una revolución. Antes de contestarle me dijo que la Armada estaba dispuesta a matar a un millón de personas pero que acá no se iba a hacer ninguna revolución. Me da la mano y se va”.
La sublevación no fue gratis: secuestraron al guardiamarina Mario Galli con su esposa, madre y su nena, la única que reapareció. También desapareció el cabo segundo Juan Tejerina, de Infantería de Marina, y asesinan en Tucumán al teniente de navío Carlos Lebrón. “En la Marina se piensa de esa manera y si no, uno se tiene que ir”, graficó Urien.
“Habíamos planteado que si nos mandaban a reprimir no lo íbamos a hacer, nos íbamos a abrazar con el pueblo y que sea lo que Dios quiera. Una vez en la ESMA ya no teníamos opción y esa negativa fue el detonante del levantamiento”, le dijo al tribunal.
Según Urien, “había toda una política que ya se venía manifestando y en el caso concreto de Trelew era parte de lo que el gobierno militar implementaba. No queríamos quedar pegados con esta política de matar presos”. Los manuales de la Marina ya decían que “el mejor prisionero es el prisionero muerto”.
http://www.diariojornada.com.ar/51699/
“Pujadas estaba cosido como un matambre y tenía 16 tiros”
El relato de Ana Bigi, cuñada del montonero.
Versión. Bigi se emocionó hasta las lágrimas al revivir detalles de dolor.
El cadáver de Mariano Pujadas tenía un rostro en paz, sereno. Así lo describió su cuñada Ana María Bigi, que declaró ayer en Rawson. “Pero tenía 16 tiros, estaba desnudo y lo habían cosido como un matambre, como si hubiese habido una autopsia”, agregó ante el silencio del recinto. Habían abierto el cajón para verificar el cuerpo. El dato coincide con los dichos de Miguel Marileo, el funebrero de Trelew que encajonó los cuerpos en la Base Zar.
A Pujadas lo velaron en la granja familiar de Córdoba. “El entierro fue impresionante porque la ruta desbordaba de gente hasta llegar al cementerio y el campo estaba frente al Liceo Militar”, recordó. Bigi fue pareja de José, hermano de Mariano. Por teléfono, Vaca Narvaja padre fue quien avisó de los fusilamientos. “José atendió, se sentó y quedó pálido, fue toda una situación muy rara y confusa. Dijo que algo había pasado y que habían matado a Mariano”. Una semana antes la radio les había avisado del intento de fuga.
En agosto del ´75 estaba separada de José pero la bronca militar igual la alcanzó. “Seguro que hubo más de 10 allanamientos en mi casa pero por una suerte particular no estuve en ninguno. Molestaban todo el tiempo”. La noche del 13 de agosto del ´75 un grupo militar entró a la granja Pujadas. Se los llevaron de madrugada: eran Josefa y José María, los padres; sus hijos José, María José y Víctor; la esposa de José y la beba de ambos, María Eugenia. “Nos matan”, se dijeron los más jóvenes apenas los subieron al auto. Víctor, de 11 años, y María Eugenia, de tres meses, se salvaron. La esposa de José quedó hemipléjica y murió en 1985.
Fue otra masacre que quedó en la historia. A Josefa le rompieron la cabeza de un culatazo, la ahorcaron y la subieron muerta al coche. José María padre murió último y vio cómo vejaban a su familia. Los torturaron y arrojaron sus cuerpos en el pozo de un viejo aljibe, con tiros de gracia. Tiraron granadas pero sus cuerpos quedaron reconocibles. Un busto de Mariano fue a parar al inodoro y un cuadro con su rostro quedó pintarrajeado por un tal Comando Libertadores de América. Los velaron en la granja.
“Quise ir enseguida pero mi papá me convenció de que era muy peligroso. Seguro que los mataron, me decía. Llamé varias veces por teléfono y me atendían voces desconocidas. Eso me dio miedo”, relató la testigo.
Disfraces
Antes de estos episodios los tres sobrevivientes de Trelew visitaron la granja disfrazados de turistas y contaron lo sucedido el 22 de agosto. “Su relato es el conocido: varios murieron desangrados y no los atendieron enseguida, que los hicieron salir de las celdas, formar y mirar al piso. Ahí empezaron a tirar”. Según la versión de Berger, “creyó que era otro simulacro de fusilamiento con municiones de fogueo pero cuando vio caer a Mariano se dio cuenta de que eran balas de verdad”.
Bigi escapó a Italia y le costó dejar de vivir sin terror. “A los Pujadas les perdí el rastro porque así habíamos quedado, no traté de comunicarme con ellos. Tenía hasta temor de hablar por teléfono por si alguien escuchaba”. Nadie de la familia de Mariano se quedó en el país.
“Vine muchas veces a Trelew, la última 15 días antes de la fuga. Nos abrieron el comedor del penal y fue muy emotivo. Seguro que todo lo que sucedió después tuvo conexión con la Masacre –admitió ante el tribunal-. Hubo muchas consecuencias para todos y Pujadas era una mala palabra”.
La Masacre en primer plano
Se trata del cuerpo de Jorge Ulla, uno de los fusilados, con el tiro de gracia en su pecho. La aportó su hermano y será una prueba clave.
Prueba. Debajo de la tetilla izquierda , el disparo con el halo de pólvora típico de los tiros a quemarropa.
Por Rolando Tobarez
Tirá, asesino hijo de puta”. Así fueron las últimas palabras de Jorge Ulla, fusilado en la Base Almirante Zar de Trelew. Ricardo Haidar, sobreviviente de la Masacre, lo escuchó y un año después se lo contó tal cual a Julio, el hermano. La misma versión sobre aquel grito dio María Antonia Berger para “La Patria Fusilada” y Alberto Camps a un amigo común en la cárcel de Devoto. Después de esa frase, también escucharon el tiro que lo mató.
El impacto de ese disparo fue fotografiado en el pecho de Jorge, minutos antes de su entierro. Su familia ya sospechaba. A todo color y de un altísimo valor histórico y judicial, es la imagen más nítida de uno de los 19 fusilados y se conoce después de 40 años. Se observa el halo negro que deja la pólvora cuando el disparo es cercano, a quemarropa.
Haidar salió vivo del 22 de agosto de 1972 y tras la amnistía de presos políticos, visitó a la familia de Jorge en el piso de sus padres, un número 15 de un edificio de Santa Fe. “Nos dio su relato personal, muy dramático, el que todos ya conocen. Él estaba casi indemne, sin heridas, y ante los disparos se zambulló en su calabozo sin saber qué pasaba. Después de las ráfagas oyó quejidos, estertores y alguien muriendo delante suyo. Me dijo “Venían rematando y esperaba mi turno hasta que escuché la voz de tu hermano, que reconocí perfectamente por haber estado detenido con él”. Entonces, el insulto y el final.
De hablar pausado, Ulla construyó silencios conmovedores en el Cine Teatro “José Hernández” de Rawson, en el día de mayor concurrencia desde el 7 de mayo, cuando se inició el juicio. “Toda mi vida repasé e imaginé esa escena. ¿Cómo habrá recibido mi hermano el tiro de gracia a quemarropa? Ya estaba herido en un muslo así que seguro, conociéndolo como lo conocía, intentó pararse para morir de pie, con una sonrisa a lo mejor cínica, a lo mejor de miedo”. Julio es médico cirujano y atendió mil urgencias. Por eso supo que el disparo en el pecho debió ser a centímetros. En cambio, el tiro en el muslo de su hermano era limpio.
“Recibimos su cuerpo y al cambiarlo de cajón vimos que estaba desnudo y ensangrentado, sucio de tierra y pedregullo porque lo habían arrastrado”, le relató al tribunal. Sólo conservaba su cinto y un atado de cigarros Jockey Club. “La ropa se la quitaron porque seguramente era una prueba”.
El cuerpo lo recibió su padre en la cabecera de pista del aeropuerto de Santa Fe. “No hubo posibilidades de autopsia porque por temor nadie accedió –explicó Jorge-. Mi padre quería enterrarlo lo más pronto posible para acabar con la tristeza”. Hasta ese instante ninguno pensó en 40 años después. Igual se decidieron por fotografiarlo. “Fue con diapositivas y luego digitalizamos las imágenes para poder aportarlas al juicio”.
La familia debió negociar con la Policía cómo sería la marcha rumbo al cementerio. Pactaron pero no contaron con miles de personas en la plaza para la despedida. Las tanquetas reaccionaron apuntando a la casa de los Ulla. “Le dije a mi padre que su cuerpo ya no nos pertenecía. Subimos el cajón al coche fúnebre pero se recalentó y debimos empujarlo”. Los militares irrumpieron con su repertorio: gases, bastones, balas de goma. Ulla se agarró fuerte del cajón por miedo a perderlo y llegó al cementerio en un carro de asalto de la Policía. “Había un verdadero ejército y había un enjambre de gente sobre los panteones”. A Julio lo enterraron junto con su madre, con algunos discursos.
Después de agosto Jorge y su familia sufrieron persecuciones incontables debido a su vinculación por la Masacre. Le pusieron un FAL en la nuca, amenazaron con desaparecer a su nene, lo torturaron, lo aislaron durante horas, lo interrogaron, agredieron a su círculo cercano. Se salvó de milagro por una credencial que acreditaba su empleo en una cárcel de mujeres. “Ser familiar nos hacía participar, queriéndolo o no, y todo podía ser interpretación de complicidad”. Ayer se lo contó al tribunal, al que miró a los ojos y le deseó “capacidad y templanza para afinar la espada y medir la balanza de modo que las heridas puedan ser cerradas”.
http://www.diariojornada.com.ar/Noticia/Default.aspx?id=51462
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